Hasta hace bien poco yo me consideraba una privilegiada por tener un trabajo razonablemente bien remunerado con un contrato indefinido. Y lo decía casi con cierto pudor (“sí, tal y como están las cosas, no me puedo quejar...”). Caía en la trampa del lenguaje, sin pararme mucho a pensar qué era lo que estaba diciendo.
Hace unos meses, el uso hasta la náusea de este término me hizo replanteármelo: los controladores aéreos eran unos privilegiados porque ganaban mucho dinero, los funcionarios eran unos privilegiados porque tenían un empleo fijo... Se les calificaba a ellos de privilegiados para descalificar sus reivindicaciones y cuestionar su derecho a defenderlas como buenamente pudieran. Y entonces me dio por mirar en el diccionario:
Privilegio: exención de una obligación o ventaja exclusiva o especial que goza alguien por concesión de un superior o por determinada circunstancia propia.
Privilegiado: que goza de un privilegio.
Efectivamente, ser controlador aéreo, funcionario o empleado de metro, es una circunstancia propia (a la que, por cierto, suele llegarse con mucho esfuerzo), pero ¿de qué obligación les exime? ¿qué ventaja exclusiva o especial les otorga? Privilegiados son aquellos que nos han traído hasta donde estamos y han sido eximidos de la obligación de pagar sus chanchullos, y han recibido la ventaja especial de unas ayudas millonarias para salvar sus negocios.
Entonces, ¿por qué se llama privilegiados a los primeros y se calla sobre los segundos? ¿No será, digo yo, que en su lógica perversa, el sistema está retorciendo, a través del lenguaje, lo que era un derecho fundamental (el trabajo) para convertirlo en un privilegio?
Veamos algunas consecuencias de esto: defender un privilegio está mal visto, peor aún en época de vacas flacas, cuando todos nos estamos apretando el cinturón y parece (y es) una falta de solidaridad. Sin embargo, defender un derecho es harina de otro costal, y ahí se corre el riesgo de que cunda el ejemplo, prenda la mecha y estalle el polvorín, porque con casi cinco millones de parados y los recortes que estamos sufriendo en el gasto social, en el empleo y hasta en las libertades individuales, hay demasiadas manos cerca de las cerillas.