martes, 31 de mayo de 2011

El horror es

mirarme en tus ojos
y no reconocerme,
buscarme más allá de tus pupilas
y no encontrar más que una figura de barro
con la mueca de una sonrisa desdibujada.

El horror es

diluirme en un mar de identidades,
desaparecer frente al espejo,
llamarme a gritos y no responderme.
Un nombre vacío,
un cuerpo de mil almas,
un espíritu sin cuerpo.

El horror es

saber que soy sin ser,
que habito sin vivir,
buscar sin hallar el latido en mi pecho.

El horror es

no saber quién se levanta de mi cama,
quién se cepilla mis dientes,
quién se calza mis zapatos.

El horror es esta vida.
El horror soy yo.

jueves, 26 de mayo de 2011

Esta noche juntaremos soledades,
fingiremos lujurias que escondan el vacío,
acallaremos el silencio con gritos y gemidos,
y saciaremos a bocados el ansia de ternuras.
Pero antes de que amanezca
nos despediremos,
a oscuras,
para que ninguna luz
ilumine los ojos
a los que no podríamos mirarnos.

viernes, 20 de mayo de 2011

He vivido en una época de héroes
y heroínas; de grandes objetores
al sometimiento y a la persecución.
(David Marshall)

No se me va de la cabeza. Lo único que puedo pensar estos días es "¡qué grande!". El domingo 15 de mayo, en la Calle Alcalá, miraba a mi alrededor y se me aceleraba el pulso, se me ponía cara de idiota, con una sonrisa a medio camino entre la incredulidad y la esperanza. Porque de eso se trataba y se trata todo esto: de esperanza.

Ese "por fin hemos despertado", esa indignación que recorre el mundo quiere decir, sencillamente, que hemos recuperado la fe en nosotros mismos, la esperanza del cambio, la convicción, de hecho, de que un cambio es posible y de que está en nuestras manos. La mecha de la que os hablaba hace poco ha prendido y ahora no hay quien la pare. No podemos consentir que se apague. No ahora.

Gente de todas las edades, condición, ideología, se lanzó a la calle, tomó su espacio, nuestro espacio, lo reconquistó en un acto político. En democracia, el pueblo tiene dos formas principales de participar: la acción cívica y el voto. Desde el domingo, la ciudadanía está ejerciendo la democracia, usándola, viviéndola.

Sí, estamos haciendo política, claro que sí, porque estamos interviniendo en la vida pública que, a fin de cuentas, es nuestra vida. Y bajo ningún concepto podemos tolerar que se nos acuse de entorpecer el proceso electoral que, si no estuviera en manos de tanto ladrón, sería precisamente esto: el pueblo ejerciendo su derecho de expresión, el pueblo eligiendo el futuro que quiere.

Como todas las revoluciones, esta también pasará, y dentro de 30 o 40 años nuestros hijos y nietos nos llamarán traidores y vendidos, como se lo llamamos nosotros a los de mayo del 68, pero dará igual, porque lo importante es el momento, son los avances, grandes o pequeños, que consigamos ahora. Lo importante es que a la clase política y al capital no les va a quedar más remedio que escucharnos. Por ahora: YES WE CAMP!

viernes, 13 de mayo de 2011

Te echo de menos
con la compulsión de la lengua que repasa
el hueco de la muela que falta.
Con el dolor de la pierna amputada,
con el hábito de la mano que hurga
en todas las llagas,
te echo de menos.
Con la soledad de quien busca y sólo encuentra,
noche tras noche,
el vacío blanco de una almohada.

lunes, 9 de mayo de 2011

Bien, ahora que estamos todos y todas de vuelta de vacaciones, puentes y fines de semana, aprovecho para dejaros aquí una convocatoria imprescindible (y luego no digáis que no os avisé).


El martes que viene, 17 de mayo, habrá un recital de poesía en el Ateneo de Madrid, a las 19:30, en homenaje a las Brigadas Internacionales, así que ya podéis ir reservando la fecha en vuestras agendas, porque quien se lo pierda se va a tirar de los pelos cuando se lo cuenten.

sábado, 7 de mayo de 2011

martes, 3 de mayo de 2011

A vueltas con mi barrio otra vez, me dio por pensar (sí, a veces lo hago) en el tema de las intervenciones urbanísticas, con las que se supone que mejoran las condiciones de vida de los vecinos. La idea es que las intervenciones en el espacio físico repercuten en el espacio social y que si arreglamos y embellecemos los barrios "deprimidos", "marginales"... la gente será más feliz y descenderán los índices de delicuencia y no sé cuántas cosas más. Hasta ahí, todos de acuerdo, y seguro que en los mundos de Yupi es así. Venga, no voy a ser tan cínica: es verdad que funciona... al menos en teoría.

En la práctica lo cierto es que las intervenciones urbanísticas (las rehabilitaciones de viviendas, las construcciones de otras nuevas, los beneficios y exenciones fiscales con los que se pretende atraer negocios, comercios...) no están pensadas para los vecinos que ya viven en el barrio, sino para los de fuera, para atraer a otra gente que desplace a la de toda la vida. ¿O de verdad alguien se cree que los vecinos de Ballesta van a ir a comprarse modelitos a David Delfín? ¿O que van a empezar a comprar el pan en los Delicatessen, a euro el bollito con semillas de todo lo que, en mi pueblo, le daban de comer al ganado? ¡Venga ya! 

La idea no es que esa gente fea y triste, que afea y entristece nuestras calles, se quede a vivir en los barrios mega-chachi-guays que construimos, sino que ellos se vayan a vivir a otra parte (¿al extrarradio?) y que el barrio súper-fashion-de-la-muerte que estamos diseñando se nos llene de modernikis con aires bohemios y pose de alternativos, que molan mucho más que los bohemios y alternativos de verdad, y encima manejan mucha pasta.  

Indudablemente, una vez nos hemos quitado de encima a todos los zarrapastrosos del barrio (cuando todos los yonquis se han muerto y ya no hay putas, y los que arrastraban el hábito de la miseria se han mudado), claro que mejora la calidad de vida, claro que la gente es más feliz, vive más tranquila y hasta es más guapa, pero entonces, aunque el barrio se llame igual y tenga las mismas fachadas, no lo habremos mejorado, sino que habremos construido otro barrio distinto sobre los escombros del viejo y esas masas de gente infeliz y marginal lo único que habrá hecho es trasladar su miseria a otra parte.

Pero, claro, se me olvidaba, qué nos importa, si ahora tenemos un barrio mega-fashion en el centro, a sopotocientos euros el metro cuadrado, lleno del glamour que da la bohemia maquillada y la gente guapa, que podremos exhibir en todas las ferias de diseño urbano del mundo para gloria de esta, nuestra ciudad.

lunes, 2 de mayo de 2011

Hace no mucho leía un relato de Carlos Salem en el que el narrador decía vivir en el pubis de Madrid. El pubis no me parece un mal sitio para vivir. En mi caso, vivo en algún lugar entre el culo y el desagüe, en el antiguo barrio chino de un pueblo de la periferia de Madrid.

Cuando me mudé, no pensé que una zona tan céntrica, tan bien comunicada y al bordecito mismo de las calles y avenidas principales pudiera albergar tanta miseria. Gran error etimológico por mi parte, puesto que la marginalidad es, precisamente eso, lo que crece en los márgenes, la basura que se acumula en la puerta trasera de los palacios.

"Esto ya no es lo que era" me decía un vecino cuando me instalé. "Hace tiempo que se murieron todos los yonquis y ya no hay putas". De aquellos tiempos, es cierto que no quedan yonquis y tampoco parece que haya prostitutas (se morirían de hambre de haber permanecido aquí), pero quedan ciertos hábitos que deja la miseria y que hacen miserable todo lo que tocan. La desesperación y la desesperanza son costumbres difíciles de erradicar, como el vivir a la defensiva.

Los hábitos se extienden a las instituciones: nos hemos pasado todo el invierno con el alumbrado a medias, al paso del barrendero queda el mismo rastro de porquerías que hay por delante de su carrito y la policía pasa por aquí, siempre en coche y siempre y cuando no la llames, no vaya a tener problemas de verdad. Creo que incluso vienen aquí los chavales de los alrededores a montar jaleo, porque el abandono de los que tienen que velar por nosotros y la desidia de los propios vecinos les da cierta impunidad que cuatro calles más arriba sería impensable.

Tenía la ilusión de que en mi barrio, como en tantos otros, se desarrollaría algún tipo de movimiento vecinal, una conciencia de clase o algo así, pero aquí no se pasa de la desconfianza hostil hacia todo el que, por descuido o atajo atraviesa sus cuatro calles, y exhibicionismo resentido de a ver quién grita más fuerte y escupe más lejos.

Como es lógico, los que han podido, han huido. Le gente de mi edad (más o menos), que creció con el miedo en el cuerpo, retirando jeringuillas para poder jugar al balón, llegando simpre pronto y a carreras para evitar problemas a la vuelta de cualquier esquina, están encantados en los barrios a estrenar de la periferia de este pueblo periférico de por sí, y aquí sólo quedamos los viejos nacionales, los jovenes de importación, los gatos callejeros y yo.