jueves, 27 de octubre de 2011

Reírles las gracias

Mi barrio es muy escandaloso, la gente habla a gritos por la ventana, se saluda de un portal a otro, se sienta en las aceras a tomar el fresco en las noches de verano y, por supuesto, hay niños jugando en la calle.
Este domingo, cuando dormitaba en el sofá a la hora de la siesta, oí a un grupo de chicos gritándole a un perro “¡muerde, muerde!”, azuzándole contra alguien, posiblemente, otro chaval. Como no escuché ningún gruñido, ladrido ni grito de dolor, supuse que el perro, demostrando más inteligencia que sus dueños, pasaba olímpicamente de morder a quien fuera. Me preocupó no oír tampoco ninguna risa, ni siquiera la de los azuzadores.
Mientras escuchaba la escena, me surgió la duda: igual que yo, ¿les estarían escuchando sus padres? Y si así era, ¿qué estarían pensando? Desde luego, hacer no hacían nada, porque no había más voces adultas que las que subían del bar de la esquina, discutiendo de fútbol (muy propio en domingo). En mis tiempos, la mayoría de los padres habrían acudido a la socorrida pedagogía del bofetón, que no defenderé jamás, pero que, incuestionablemente, detenía las bromas y broncas entre chavales. A la primera. “Ay, que te agarro del cuello y hago como que te ahogo hasta que te pones azul; ay, que jugamos al pressing-catch y te doblo el brazo hasta que gritas, jaja”. ¡Zas! Aparecía tu padre o tu madre y se te quitaba la tontería (y al sparring, el ahogo). El bofetón está en desuso (por suerte para todos), pero, según veo a mi alrededor (y eso no es exclusivo de mi barrio), ahora lo que se estila es reírle la gracia al chaval y quitarle importancia al asunto. A casi cualquier asunto.
Con tal de no dar la siesta por terminada, seguí dándole vueltas al asunto: ¿y qué pasa ahora si al perro en cuestión, en un arranque de obediencia, se le ocurre morder al otro niño (por supuesto, matarile al pobre bicho -no al niño, sino al perro)? ¿Qué pasa cuando la gracieta del chaval deja de tener gracia (para el que se la vea, claro), y la broma ya no es broma y el niño manda a sus compañeros al hospital porque “ay, qué divertido, vamos a echarles detergente en los ojos”? ¿Qué piensan, entonces, esos padres que hasta el minuto anterior les reían las gracias?
Hay un dicho, del que me acuerdo con frecuencia, que dice “de aquellos polvos, vienen estos lodos”. Si el niño hoy es un macarra y un matoncete de barrio, que se dedica a azuzar a su perro contra los demás niños, quizás no debiéramos sorprendernos luego, cuando, crecido por los aplausos, decide divertirse pateándole  la cabeza al vecino del quinto o pegarle fuego al mendigo de la esquina. Supongo que estoy exagerando. Ya digo que cuando trato de eludir el momento de levantarme de la siesta puedo liar la madeja hasta el infinito, pero a veces pienso si de hecho, no nos estaremos echando ahora las manos a la cabeza porque las gracietas de algunos –muchos- han pasado de castaño oscuro. Veréis, es que yo sí me acuerdo de que hace unos años, a todos nos hacía mucha gracia la chulería engominada de Mario Conde y sus aprendices, y la peseta que pedía Lola Flores, y de las palmaditas en la espalda en la barra del bar que le daban los amigotes al listo que presumía de haber comprado tres pisos por dos duros sobre plano para venderlos al año siguiente por el doble,… y, ¿sabéis? a lo mejor, de aquellas gracias nos vienen muchos de estos llantos.

martes, 4 de octubre de 2011

No lo creerás, pero hoy
mis cabellos amanecieron erizados en serpientes venenosas
y no hay secador ni atizador que domine esta revuelta.
Hoy he vuelto a sonreír con la boca pequeña,
para esconder mis colmillos,
y ese brillo que tanto te gusta en mis ojos
no es más que la loba que acecha a su presa.
No lo creerás, pero te engaño conmigo misma,
y cuando no me miras,
dejo de ser esa mujer amable
con la que crees que vives.