viernes, 29 de abril de 2011

Vivo exiliada del silencio
en el ruido blanco del tumulto,
en la cháchara contínua y sinsentido
de este guiñol absurdo.
Títeres de ojos pintados
y oídos atrofiados,
cráneos huecos en los que retumba
el vacío de sus propias voces.
No quiero ser uno de ellos,
muertos vivientes en putrideros de diseño,
manos descarnadas que hurgan en mi cerebro
mientras yo me agarro
a los clavos ardiendo
con los que remacho
mi propio féretro.

martes, 26 de abril de 2011

Nos dijeron que seríamos héroes.
Nos señalaron y dijeron:
seréis nuestros héroes,
acabaréis con el enemigo
que amenaza
nuestros hogares, nuestra patria.
Nos envolvieron en sudarios pardos
demasiado grandes, demasiado pronto.
Nos dieron armas, fusiles de asalto,
demasiada muerte en las mismas manos.
Ebrios de honor y de gloria,
borrachos de poder,
nos llevaron a un país extraño
donde había otros hombres
que defendían
sus hogares, su patria,
enfundados en los mismos sudarios pardos,
con la misma muerte en las manos.

Jinetes en caballos blindados,
ángeles exterminadores,
es matar o morir
y el miedo hace el resto.

Nos dijeron que seríamos héroes.
Ebrios de honor y de gloria
nos trajeron hasta aquí.
Y ahora miro a mi alrededor y sólo veo
macabros puzzles sanguinolentos,
que fueron mis hermanos,
mis compañeros.
No hay honor en la sangre derramada.
No hay gloria ganada en estas ruinas
de retazos de cuerpos y tierra quemada.

domingo, 24 de abril de 2011

Caminando en verso


El próximo 27 de abril (miércoles, para más señas), a las 20:30, unos cuantos miembros de Cultura Indigente estaremos en la Casa Regional de Castilla-La Mancha en Alcobendas para compartir un rato de poesía con quien se quiera acercar por allí, dentro de las actividades culturales que organizan para celebrar el Día del Libro.

Leeremos:

Eduardo Andradas
Ricardo Bórnez
JR Crespo
Paz Hernandez
Mery Malaya
Ana Aneiros
(sí, yo también)

jueves, 21 de abril de 2011

Lo malo de llevar varios días sin actualizar el blog es que acaba una mintiendo un poco. Sí, os he "tangado": hace varios días que el Señor Pereira no me acompaña (hablaré de él otro día) y últimamente miro la vida a través de las gafas de Constantino Bértolo, que debe de tener la misma graduación que yo, porque estoy la mar de cómoda con ellas.


Tenía su libro ("La cena de los notables", Ed. Periférica) pendiente de leer desde el verano pasado, pero entre unas cosas y otras, me surgían otros compromisos o apetencias lectoras y lo iba posponiendo. La semana pasada, Rafael Reig al final de su artículo en el ABC Cultural lo recomendaba para desacralizar la literatura y, aunque me considero más fetichista que mística en relación con ella, decidí que era su momento.

Sólo llevo aproximadamente la mitad, pero ya me ha hecho reflexionar sobre muchas cosas. El último "¡eureka!" de anoche fue que me puso delante de los ojos qué es exactamente lo que tengo contra el best-seller como género. No es una cuestión estética ni literaria: algunos autores de best-sellers son magníficos construyendo tramas y situaciones, y se puede aprender mucho de ellos. Lo que tengo en contra del best-seller es una cuestión ideológica.

El hecho de que un texto literario no suscite preguntas (o te dé las respuestas a las preguntas que plantea) constituye una forma de perpetuar el sistema de valores imperante. Esta lectura de evasión de la que habla Bértolo (que es como se leen los best-sellers) se relaciona directamente con la actitud "apolítica" de muchas personas. El "a mí no me interesa la política" esconde un rechazo al cuestionamiento crítico de la realidad, tanto individual como colectiva, que, por otra parte, están indisolublemente ligadas (de igual modo que no existe individuo sin sociedad, no existe lo privado sin lo público, o sea, lo político). Esta mirada acrítica sobre la realidad es, en el fondo, una aceptación implícita del estado de las cosas y, por tanto, ya es una posición ideológica. Muy conservadora, por cierto.

No diré que los lectores de best-sellers sean conservadores, ni mucho menos. Hace tiempo que aprendí que ese tipo de silogismos simplistas son a menudo falsos, pero sí me parece preocupante que el ámbito de la (supuesta) cultura esté copado por este tipo de representaciones: películas, libros, prensa... se han contagiado de esa especie de "ley del mínimo esfuerzo" que parece regir las apetencias y fidelidades del público. Lo que a veces me pregunto es si fue antes el huevo o la gallina, si los medios se han vuelto tan inmediatos y obvios porque es lo que el público demanda o si el público se ha vuelto tan "comodón" porque le han convencido de que eso es lo que quiere.

Más sobre este magnífico libro, cuando lo termine.

miércoles, 13 de abril de 2011

Si es que me atrevo con tó.
 
Os dejo un enlace a una reseña-comentario-análisis sobre el libro de Inés Mendoza "El otro fuego", publicado en Literaturas Fantástikas y otras, el blog de Lola Robles (lo tenéis permanentemente aquí mismo, a la izquierda, porque es uno de mis sitios de referencia para tantas cosas...).

Gracias, Lola.

domingo, 10 de abril de 2011

Querido Miguel:
Me marcho. No me esperes, porque no volveré. Así están las cosas: no puedo competir con un fantasma. Sé que Elia fue tu primer amor, desde el instituto, que fue tu primer beso, tu única novia, que no os separasteis ni un sólo día hasta aquella madrugada en el hospital, entre tubos y sangre reseca. Ella siempre será joven, siempre bella, siempre sonriendo...
Por eso me voy: no soporto verla en cada rincón de la casa, a todas horas y, sobre todo, no soporto que se empeñe en meterse en la cama con nosotros cada noche.
Te quiere,
Ana.

miércoles, 6 de abril de 2011

Del trabajo y otras prebendas

Hasta hace bien poco yo me consideraba una privilegiada por tener un trabajo razonablemente bien remunerado con un contrato indefinido. Y lo decía casi con cierto pudor (“sí, tal y como están las cosas, no me puedo quejar...”). Caía en la trampa del lenguaje, sin pararme mucho a pensar qué era lo que estaba diciendo.

Hace unos meses, el uso hasta la náusea de este término me hizo replanteármelo: los controladores aéreos eran unos privilegiados porque ganaban mucho dinero, los funcionarios eran unos privilegiados porque tenían un empleo fijo... Se les calificaba a ellos de privilegiados para descalificar sus reivindicaciones y cuestionar su derecho a defenderlas como buenamente pudieran. Y entonces me dio por mirar en el diccionario:

Privilegio: exención de una obligación o ventaja exclusiva o especial que goza alguien por concesión de un superior o por determinada circunstancia propia.
Privilegiado: que goza de un privilegio.

Efectivamente, ser controlador aéreo, funcionario o empleado de metro, es una circunstancia propia (a la que, por cierto, suele llegarse con mucho esfuerzo), pero ¿de qué obligación les exime? ¿qué ventaja exclusiva o especial les otorga? Privilegiados son aquellos que nos han traído hasta donde estamos y han sido eximidos de la obligación de pagar sus chanchullos, y han recibido la ventaja especial de unas ayudas millonarias para salvar sus negocios.

Entonces, ¿por qué se llama privilegiados a los primeros y se calla sobre los segundos? ¿No será, digo yo, que en su lógica perversa, el sistema está retorciendo, a través del lenguaje, lo que era un derecho fundamental (el trabajo) para convertirlo en un privilegio?

Veamos algunas consecuencias de esto: defender un privilegio está mal visto, peor aún en época de vacas flacas, cuando todos nos estamos apretando el cinturón y parece (y es) una falta de solidaridad. Sin embargo, defender un derecho es harina de otro costal, y ahí se corre el riesgo de que cunda el ejemplo, prenda la mecha y estalle el polvorín, porque con casi cinco millones de parados y los recortes que estamos sufriendo en el gasto social, en el empleo y hasta en las libertades individuales, hay demasiadas manos cerca de las cerillas.

domingo, 3 de abril de 2011

Cuando era pequeña, la gente esperaba que de mayor yo escribiera libros muy bonitos llenos de grandes palabras (amor, belleza, felicidad...), pero a mí las palabras grandes, como los grandes espacios y las grandes ideas, siempre me han dado miedo, como cuando de niña me aterrorizaba caerme al váter y perderme por el desagüe al tirar de la cadena. Exactamente, el mismo miedo.

A mí me gustan las palabras pequeñas, manejables, las palabras que se mueven (besar, mirar, sonreír...) y más aún las que se pueden tocar (boca, manos, ojos...). Cuanto más pequeñas, más cómoda me siento entre ellas (el hilillo de baba que te cuelga de la comisura de los labios cuando duermes, el ángulo que forma el cigarrillo con tus dedos cuando fumas, las arrugas que te enmarcan los ojos cuando me sonríes...).

Las palabras grandes, como las grandes ideas, las consignas y los buenos deseos, me recuerdan a las enciclopedias que había en las casas cuando éramos pequeños, aquellos libros pesados e inútiles que sólo servían para decorar el mueble del salón porque, a la hora de la verdad, todos preferíamos el pequeño diccionario escolar para sobrevivir, día a día, a los deberes, los periódicos y los chistes de los mayores, que siempre nos quedaban demasiado grandes.