jueves, 21 de abril de 2011

Lo malo de llevar varios días sin actualizar el blog es que acaba una mintiendo un poco. Sí, os he "tangado": hace varios días que el Señor Pereira no me acompaña (hablaré de él otro día) y últimamente miro la vida a través de las gafas de Constantino Bértolo, que debe de tener la misma graduación que yo, porque estoy la mar de cómoda con ellas.


Tenía su libro ("La cena de los notables", Ed. Periférica) pendiente de leer desde el verano pasado, pero entre unas cosas y otras, me surgían otros compromisos o apetencias lectoras y lo iba posponiendo. La semana pasada, Rafael Reig al final de su artículo en el ABC Cultural lo recomendaba para desacralizar la literatura y, aunque me considero más fetichista que mística en relación con ella, decidí que era su momento.

Sólo llevo aproximadamente la mitad, pero ya me ha hecho reflexionar sobre muchas cosas. El último "¡eureka!" de anoche fue que me puso delante de los ojos qué es exactamente lo que tengo contra el best-seller como género. No es una cuestión estética ni literaria: algunos autores de best-sellers son magníficos construyendo tramas y situaciones, y se puede aprender mucho de ellos. Lo que tengo en contra del best-seller es una cuestión ideológica.

El hecho de que un texto literario no suscite preguntas (o te dé las respuestas a las preguntas que plantea) constituye una forma de perpetuar el sistema de valores imperante. Esta lectura de evasión de la que habla Bértolo (que es como se leen los best-sellers) se relaciona directamente con la actitud "apolítica" de muchas personas. El "a mí no me interesa la política" esconde un rechazo al cuestionamiento crítico de la realidad, tanto individual como colectiva, que, por otra parte, están indisolublemente ligadas (de igual modo que no existe individuo sin sociedad, no existe lo privado sin lo público, o sea, lo político). Esta mirada acrítica sobre la realidad es, en el fondo, una aceptación implícita del estado de las cosas y, por tanto, ya es una posición ideológica. Muy conservadora, por cierto.

No diré que los lectores de best-sellers sean conservadores, ni mucho menos. Hace tiempo que aprendí que ese tipo de silogismos simplistas son a menudo falsos, pero sí me parece preocupante que el ámbito de la (supuesta) cultura esté copado por este tipo de representaciones: películas, libros, prensa... se han contagiado de esa especie de "ley del mínimo esfuerzo" que parece regir las apetencias y fidelidades del público. Lo que a veces me pregunto es si fue antes el huevo o la gallina, si los medios se han vuelto tan inmediatos y obvios porque es lo que el público demanda o si el público se ha vuelto tan "comodón" porque le han convencido de que eso es lo que quiere.

Más sobre este magnífico libro, cuando lo termine.

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