martes, 3 de mayo de 2011

A vueltas con mi barrio otra vez, me dio por pensar (sí, a veces lo hago) en el tema de las intervenciones urbanísticas, con las que se supone que mejoran las condiciones de vida de los vecinos. La idea es que las intervenciones en el espacio físico repercuten en el espacio social y que si arreglamos y embellecemos los barrios "deprimidos", "marginales"... la gente será más feliz y descenderán los índices de delicuencia y no sé cuántas cosas más. Hasta ahí, todos de acuerdo, y seguro que en los mundos de Yupi es así. Venga, no voy a ser tan cínica: es verdad que funciona... al menos en teoría.

En la práctica lo cierto es que las intervenciones urbanísticas (las rehabilitaciones de viviendas, las construcciones de otras nuevas, los beneficios y exenciones fiscales con los que se pretende atraer negocios, comercios...) no están pensadas para los vecinos que ya viven en el barrio, sino para los de fuera, para atraer a otra gente que desplace a la de toda la vida. ¿O de verdad alguien se cree que los vecinos de Ballesta van a ir a comprarse modelitos a David Delfín? ¿O que van a empezar a comprar el pan en los Delicatessen, a euro el bollito con semillas de todo lo que, en mi pueblo, le daban de comer al ganado? ¡Venga ya! 

La idea no es que esa gente fea y triste, que afea y entristece nuestras calles, se quede a vivir en los barrios mega-chachi-guays que construimos, sino que ellos se vayan a vivir a otra parte (¿al extrarradio?) y que el barrio súper-fashion-de-la-muerte que estamos diseñando se nos llene de modernikis con aires bohemios y pose de alternativos, que molan mucho más que los bohemios y alternativos de verdad, y encima manejan mucha pasta.  

Indudablemente, una vez nos hemos quitado de encima a todos los zarrapastrosos del barrio (cuando todos los yonquis se han muerto y ya no hay putas, y los que arrastraban el hábito de la miseria se han mudado), claro que mejora la calidad de vida, claro que la gente es más feliz, vive más tranquila y hasta es más guapa, pero entonces, aunque el barrio se llame igual y tenga las mismas fachadas, no lo habremos mejorado, sino que habremos construido otro barrio distinto sobre los escombros del viejo y esas masas de gente infeliz y marginal lo único que habrá hecho es trasladar su miseria a otra parte.

Pero, claro, se me olvidaba, qué nos importa, si ahora tenemos un barrio mega-fashion en el centro, a sopotocientos euros el metro cuadrado, lleno del glamour que da la bohemia maquillada y la gente guapa, que podremos exhibir en todas las ferias de diseño urbano del mundo para gloria de esta, nuestra ciudad.

2 comentarios:

  1. comparto tu visión del asunto casi palabra por palabra diría... y la pregunta que me hago es: ¿quién es más vándalo, antisocial, etc., el chaval que quema una papelera o el empresario que se carga el barrio entero? abrazos, salud!

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  2. Para el empresario que se carga el barrio y el político que le ampara, lo de vándalo se me queda muy corto. ¡Salud!

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