Una
mujer se acerca sola, empujando un carrito de bebé. Se detiene a mi
lado en el semáforo y me echa en cara que estoy molestando a su hijo
con el humo de mi cigarrillo. “¿Es que no lo ves?”. La miro,
miro el carrito y la vuelvo a mirar a ella. No, yo no veo nada, pero
ella sí, y eso me hace apartarme con una disculpa. Cruzo en cuanto
el semáforo se pone en verde, casi corro para alejarme de la mujer y
su carrito sin bebé. Giro a la izquierda en el primer cruce y me
paro en seco. Me vuelvo a mirar, pero ya no la veo. Cuando entro en
la oficina y enciendo el ordenador, sé que la mujer me perseguirá
hasta que la encierre en un cuento.
Magistral. Viva la diablura de los bebés a los que no les importa que se fume, y que sus madres, de histeria y de ictericia, de vuelvan locas o insosiables.
ResponderEliminarLo peor de los niños suelen ser sus madres. Creo que es a ellas a quienes realmente no soporto.
ResponderEliminarUn abrazo enorme, Pruden.