Sin más patria que la tierra que ocupan sus cuerpos
avanza un ejército de sombras
con la mirada perdida en la penumbra de las casas que dejaron:
el puchero al fuego, la mesa puesta.
Se envenenan con la sangre derramada de sus maridos y hermanos
y se amortajan en el recuerdo de las colchas que bordaron sus madres.
Algunas mujeres pastorean rebaños de moscas sobre la cara de sus hijos,
dormidos a fuerza de hambre y fiebre;
otras, demasiadas, acunan regazos ahora vacíos.
¿Qué abono hará florecer de nuevo estas rosas?
¿Qué agua lavará la sal de sus ojos?
Atrás sólo queda un reguero de ruinas y llanto
y el futuro no es más que la puerta de lona de una tienda de campaña.