No hablaré de silencios, ausencias, ni pérdidas.
No hablaré.
Porque el nombre,
el sólo nombre que me asoma a la punta del dolor, lo mancillaría.
Porque no hay adjetivo que no escupa sobre él,
ni verbo que no lo enfangue.
Me lo comeré como quien se come los cristales de la copa
rota después de apurar el mejor vino de la bodega.